Creo que el análisis
cualitativo de la información y de la documentación científica que llevan a
cabo los textos propuestos es indiscutible. Me ha resultado especialmente
interesante la lectura del capítulo de Pérez Álvarez Osorio, sobre todo en lo
referente a la descripción de los procesos y los mecanismos de transformación
de la información, desde el laboratorio hasta su difusión a partir de los
servicios de alerta.
“La información no
es buena cuando se produce, sino cuando se utiliza”. Cita el el autor el
conocido aforismo, para mencionar la ecuación que vincula información y poder,
tan debatida hoy en día.
Es innegable que
quienes llevamos a cabo tareas de investigación nos enfrentamos al arduo
trabajo de cotejar un ingente repertorio bibliográfico, prácticamente imposible
de asimilar y digerir. Parece obvio también que esta es una característica
esencial de la llamada Sociedad de la Información.
No obstante, me
gustaría señalar dos circunstancias que han ayudado a dilucidar la naturaleza
de esa relación información-poder, y que nos pueden servir de contraejemplos
que contesten esa tendencia tan acentuada en el ámbito de la investigación
científica que consiste en pensar que el acopio de información va a generar
necesariamente una mejor predisposición para la toma de decisiones y para la
creación de nuevo conocimiento científico.
La primera hace referencia a un intento de
explicación, en el ámbito bursátil, de la vulgarmente denominada “suerte del
principiante”. Se resume así: para tomar una decisión correcta necesitamos solo
una buena razón, y no muchas. En otras palabras, cuando un inversor novato toma
mejores decisiones que otro experto lo hace aprovechándose de su inexperiencia,
es decir, se guía por una razón clara y no se pierde en análisis estadísticos
complejos. A veces, ignorar una parte de la información puede ayudar a acertar.
La segunda es un
episodio literario que tiene como protagonistas a los creadores de las dos
distopías más relevantes del siglo xx, George Orwell (1984) y Aldous Huxley (Un
mundo feliz). En una carta fechada en octubre de 1949 , Huxley no escatima
elogios hacia los méritos narrativos de Orwell, pero le asegura que está
completamente equivocado en su visión del futuro. Orwell urdió la pesadilla de
un mundo en el que se han cegado todas las fuentes de información a través de
una inexpugnable telaraña burocrática que impediría el acceso a la verdad.
Huxley, en cambio, proponía que el nuevo mecanismo de poder anegaría a los
ciudadanos en una catarata informativa de semejantes dimensiones que
resultaría, a la postre, definitivamente imposible de asimilar, y que de esta
manera se terminarían convirtiendo en un rebaño de autómatas pasivos. Como
vemos, la historia le ha dado la razón a Huxley.
Será que, como dice
Bernardo Martín, “el exceso de información no genera más libertad de
pensamiento, sino más miedo”.